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Ruta del Berrueco

Casi a mediados del mes de junio un sol de justicia castiga la dura y vieja tierra castellana. Aquel que desprevenido se atreva a adentrarse por sus caminos, sufrirá el calor sofocante que en esta época del año castiga a los transeúntes por estos históricos parajes.

Este bien podría haber sido el inicio de nuestra reseña, pero créanme, nada más alejado de la realizad. Fue un día tan lluvioso y casi tan frío como uno de los más otoñales que puedan imaginarse.

La mayor parte de la ruta paseamos paralelos al cerro del Berrueco. Muchos de nosotros, al pasar por la carretera en dirección de Béjar, ya nos habíamos fijado en este promontorio granítico que destaca elevándose sobre el encinar. 

 

Para explicar su geología tenemos que remontarnos unos 350 millones de años. En aquella época estábamos en mitad de la zona de colisión de dos continentes (Euramerica y Gondwana). La zona, al recibir las presiones de los dos continentes, se elevó y dio lugar a una cadena montañosa. En el interior de esa cordillera solidificaron los magmas que dieron lugar al granito.

 

Pero, si el granito se formó a kilómetros de profundidad debajo de una montaña, ¿cómo es que ahora está en superficie? Esto solo se comprende al saber que la unidad de tiempo en geología es el millón de años, entonces nos damos cuenta de que la cordillera bajo la que se formó el granito ha desaparecido después de 200 millones de años de erosión.

Durante el recorrido pudimos admirar una mezcla insólita de paisaje ya casi veraniego por la cantidad de floración variada y colorida que salpicaba el campo, y con un atisbo de invierno reflejado en la abundante nieve que todavía coronaba las montañas circundantes.

Haz click en la flecha blanca y contemplarás algunas de las flores que pudimos disfrutar.

Nuestro guía, el gran Indiana López (Oscar para los menos atrevidos) nos explicó, de una forma amena y cercana, tanto la formación geológica como la interesante historia de la zona.

Ibamos caminando cuando Javier descubió un pequeño arbusto con unas bolitas rojas que recordaban al fruto del acebo, al examinarlas más detenidamente vimos que no. Eran hojas de encina y todos sabemos que el fruto de la encina es la bellota. Entonces ¿qué podían ser esas bolitas rojas?

Las supuestas bolitas son hojas con una hinchazón en el centro parecida a la que nos sale cuando nos pica un mosquito y por ahí van los tiros. Hay insectos que pican las hojas para poner allí sus huevos. La planta reacciona a esta agresión con un crecimiento anómalo de sus tejidos y forma un tumor.

Al generar el tumor la planta, aunque no sea su intención, crea un entorno protegido en el que se desarrollan las larvas del insecto. Estos tumores se llaman agallas, muchos conocemos las del roble pero hay muchas más, incluso hay una ciencia dedicada exclusivamente al estudio de las agallas, la cecidología.

Plagiotrochus quercusilicis el insecto causante de las agallas no es más que una madre buscando una "casita" para sus crías.

La retama negra y el cantueso en todo su esplendor.

Somos muchos los que cuando se habla de plantas mutantes  pensamos en enormes plantas carnívoras devoradoras de seres humanos, pero la realidad es menos épica y aquí tenemos un cantueso mutante. Alguna alteración en sus genes ha hecho que esta plantita desarrolle una flor blanca en vez del intenso color morado propio de las flores de esta especie.

La espadaña que se ve al fondo marca el lugar en el que había un poblado que se deshabitó en la guerra napoleónica

Fueron muy interesantes las explicaciones sobre los avatares históricos que se fueron sucediendo en estos parajes, desde los primeros asentamientos en las zonas más escarpadas hasta el asiento definitivo del pueblo actual, pasando por la época en que hubo una población estable en la dehesa de Peñaflor, del que todavía quedan restos visibles de antiguas viviendas y de una ermita, y que fue abandonado ante el inminente ataque de las hordas napoleónicas.

El abrótano macho cola, Artemisia abrotanum cola, es una pequeña planta que recibe este nombre tener un olor que recuerda al de las gominolas de cocacola.

En nuestro camino de regreso al pueblo, con una meteorología ya más amable y acorde a un día de final de primavera, envueltos por los perfumes que generosamente nos regalaban múltiples variedades de plantas aromáticas ( incluso una con olor a chuche, identificada por Paula), fuimos a alimentar nuestros cuerpos una vez felizmente saciados nuestros espíritus.

Tras la comida, nuestro Indi, ya reconvertido en Doctor López, nos condujo al centro de interpretación donde nos hizo una reseña etnográfica y arqueológica de la zona, explicándonos con detalle cada una de las áreas que componen el centro.

Salimos del centro convencidos de que esta vez la ruta no acababa aquí y sin expresarlo abiertamente llegamos al acuerdo tácito de que volveríamos, y esta vez a coronar el Berrueco y a aprender más sobre sus antiguos pobladoras

La Atalaya

El Berroquillo

El Berrueco

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